Jesús subió a Jerusalén, tras regresar de un largo viaje en el cual había realizado muchos milagros. Sus seguidores estaban maravillados y gorificaban a Dios por lo que habían visto.
Su fama se había extendido a tal punto, que los habitantes de las ciudades vecinas ya habían oído hablar de él, antes que llegase. ¡La fama de Jesús, le precedía!
Sin embargo, al entrar por uno de los pórticos del pozo de Betesda, Jesús se encontró con una multitud de lisiados, enfermos, cojos, paralíticos y hasta lunáticos, que no le conocían, ni habían oído hablar de él.
Todos esperaban ansiosos el movimiento del agua del pozo, porque de vez en cuando un ángel descendía del cielo y la agitaba, y el primero que bajara al pozo en ese preciso instante, se sanaba de cualquier enfermedad que tuviese.
Por esta razón, los que tenían enfermedades, permanecían atentos, acompañados por familiares y amigos que hacían vigilia juntamente con ellos, para asistirles cuando llegara el momento.
Era una carrera de vida o muerte.
Jesús caminó entre ellos, observando con mirada tierna a los desahuciados y afligidos, y se detuvo ante un hombre muy enfermo, que le llamó la atención, porque estaba sólo.
Le preguntó si quería ser sano.
El ánimo del hombre revivió ante la posibilidad de contar con alguien que le ayudara a llegar al agua primero y así librarse de la parálisis total que padecía en su cuerpo desde hacía treinta y ocho años.
Porque cuando el agua se agitaba, en tanto que él se arrastraba para llegar, otro se le adelantaba y se sumergía en el estanque antes que él.
Jesús se hubiera quedado para ayudarle, tan solo para expresarle su amor. Pero en cambio, Jesús le dijo algo que no esperaba: "Toma tu lecho y anda".
El hombre quedó al instante completamente sano. La alegría y la sorpresa fueron tales, que se fue cargando su lecho y dando gloria a Dios, sin saber quién era o siquiera su nombre.
Más tarde, cuando se enteró que el famoso hombre de Dios del que todos hablaban, era Jesús, el mismo que le había sanado, salió a contarle a los judíos, quienes arremetieron contra él duramente, porque había hecho esta obra en un día de reposo.
Jesús, mientras retomaba su camino, les respondió diciendo:
"Si mi Padre quiere trabajar un día como hoy, sábado, y hacer estas obras en un día de reposo, yo también".